Los niños son ejemplos maravillosos de cómo
escuchar la tristeza de alguien sin barreras ni prejuicios y sin buscar reparar o distraer
al otro.
En el
libro Niños Esponja te cuento una bonita
historia de un niño de 12 años
que solía visitar a un vecino anciano que se había quedado viudo.
Un día su madre recibió una grata sorpresa al
enterarse de que su querido vecino había nominado a su hijo para que una
organización de la localidad le concediera un premio a la compasión .Los padres asistieron a la ceremonia y
vieron con agrado como su hijo recibía uno de los premios. Al llegar a casa la
madre le dijo a su hijo: “¡Estoy tan orgullosa de ti! ¿Qué le dijiste al vecino
que tanto le ayudó?”
El niño respondió:"Oh, mamá, no le dije mucho. Lo único que hice fue escucharle llorar”.
El origen de la palabra compasión se puede
entender mejor cuando la dividimos en dos partes: “com” significa “junto
con” y “pasión” significa “sufrir”.
Escuchar con un
silencio compasivo, es escuchar desde el corazón. Es una forma de ayudar
a la otra persona a comprenderse mejor a ella misma, ofreciéndole la libertad
de expresarse abiertamente . Es una manera de honrar sus penas. Tu silencio o el de otra persona
son importantes, hay que aprender a respetarlos. Los silencios transmiten sentimientos,
estados de ánimo. Podemos aprender a interpretarlos, a valorarlos y a no llenar
siempre el espacio de palabras.
Escuchar con un silencio amoroso es una forma muy poderosa de ayudar a liberar
el sufrimiento. Transmite el mensaje de “Estoy aquí por ti. Te amo y estoy
contigo porque sé que hoy tu corazón esta sufriendo”.
Como dice el Dalai Lama, “Si quieres que los demás
sean felices, practica la compasión, si quieres ser feliz, practica la
compasión”
Y parece que el Dalai Lama no se equivoca con esta
afirmación. Cada vez más estudios científicos encuentran evidencias del impacto
positivo que producen los actos compasivos y altruistas.
La universidad de Stanford, a través de su
Centro de Investigación sobre compasión y altruismo, afirma que la felicidad no
reside en tener, sino en dar. Cuando practicamos la compasión se activan en
nuestro cerebro las mismas zonas que cuando experimentamos sensaciones de
placer, nos llenamos de vitalidad, nos
sentirnos más felices y relativizamos
nuestras preocupaciones.
Conclusión: Ayudar a otros aumenta la
felicidad.
Mariana de Anquin
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