Nos han enseñado a RESISTIR en vez de SENTIR las emociones que no se
sienten bien.
Quizá por esto muchas veces vamos acumulando emociones a lo largo
de la vida.
Caminamos masticando enojos,
encerrando preocupaciones en el ceño
fruncido, acumulando nudos en la garganta, mariposas en la panza, culpas en la
espalda, angustias en el pecho, ansiedades en insomnios, frustraciones en los
puños, traiciones y desamores en nuestro
corazón blindado.
Y sabiendo que las emociones son energías
moviéndose, éstas buscarán moverse dentro
de nuestro cuerpo hasta poder expresarse de alguna manera. Escudriñarán dentro
para ser escuchadas, miradas y atendidas.
Las emociones que nos han
enseñado a resistir son muchas, la que lleva la delantera es la tristeza. Se
guardan dolores, se estrujan angustias y muchas veces ponemos un cepo en nuestros lagrimales. Cuando resistimos a la tristeza,
ella no desaparece, se hace invisible y silenciosa, y como una dama de compañía
nos sigue de cerca adonde vayamos. Sentir tristeza y querer acallarla, nunca es una buena idea.
La tristeza necesita ser expresada para que le permitamos seguir su camino y abrir paso a las
emociones que nos sanan: la
aceptación, la gratitud, la paz interior y la esperanza. Hasta que no dejemos
de resistir tristezas, ninguna de estas emociones surgirá en nuestro corazón.
Por eso si queremos paz, necesitamos sentir
las tristezas.
La tristeza no es mala ni tampoco
nos daña. Es nuestra expresión de amor por eso que perdimos. Las lagrimas son el
amor expresándose en forma liquida. Cada lágrima es una gota de amor
expresándose y honrando la perdida de algo muy amado. Si no hubo amor, no hay
tristeza. Recuerda que al amor no se lo resiste se le abre camino. El amor
nunca daña, siempre sana.
También nos han enseñado a
resistir miedos .Hacemos fuerza, mucha fuerza para que los demás no se den
cuenta de que estamos asustados, de que sentimos mucho miedo al enfrentar situaciones. Actuamos,
disimulamos y nos escondemos detrás de la máscara del “está todo bien, puedo
con esto”, es una máscara que nos hace ver como “todopoderosos”.Esta
resistencia al miedo tiene un costo emocional muy alto. Hay mucha energía vital
puesta al servicio de aparentar que” yo siempre puedo.”
¿Porqué hacemos esto? Por que nos
han enseñado que ser autosuficientes es lo que otorga reconocimiento. Pedir
ayuda, contención, compañía y aliento cuando sentimos miedo, no fue premiado en
nuestra educación infantil. En cambio “el ya lo hace solito”, venia acompañado
de aplausos y orgullo de los adultos cercanos, padres, abuelos y docentes. Nunca nos aplaudieron por
animarnos a pedir ayuda, por pedir que nos den la mano para entrar a un cuarto
oscuro. El miedo resistido, se acumula en el cuerpo, en la tensión muscular, en
nuestra garganta, en nuestra mirada asustada. Hoy sabemos que el miedo puede
ser un gran amigo. Cuando le permitimos
que nos hable y nos animamos a escucharlo, su mensaje siempre nos dice lo mismo.
Primero nos pregunta ¿Si estamos listos? ¿Si nos preparamos lo suficiente para
ese reto? Si nuestra respuesta es no. Nos invita a ocuparnos, a prepararnos, a
buscar más recursos para ese desafío. Y
si nuestra respuesta es que “SI nos preparamos lo suficiente”, nos hace una
nueva pregunta ¿Te mereces tener éxito en este reto? Si nos sentimos
merecedores , adelante ya el miedo abrió paso al coraje.Y si creemos que no nos
merecemos salir airosos, el miedo nos invita a recordar todas las veces que
enfrentamos gigantes, todos los esfuerzos que hicimos para estar donde estamos
.Luego el miedo nos pregunta ¿Quién sos vos para no lograrlo?
Nos han enseñado a resistir enojos,
penas, y también el amor a uno mismo. Nos han hecho creer que amarse a uno
mismo, nos aleja de la humildad, y nos acerca al egoísmo. Olvidamos los importantes
mensajes que personas maravillosas nos dejaron en su paso por la
tierra .Gautama Buda dijo “Nadie merece más tu amor que tú mismo”, Jesús nos expresó
como un mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero la educación
olvido la segunda parte del mensaje y subrayó
la primera. Y así vamos por la vida intentando dar lo que no nos dimos primero.
Si no aprendemos a amarnos a nosotros mismos, tendremos dificultades en amar a
alguien .No podemos entregar amor si primero no nos llenamos de un amor a
nosotros mismos.
Para dejar de resistir y
animarnos a sentir considero que es fundamental que la educación actual
familiarice a los niños con el mundo de las emociones. Este tipo de educación
no sólo ayuda a los niños a reconocer lo que ocurre en su interior o lo que
ocurre en el interior de otra persona, sino que también transmite la idea de
que expresar los sentimientos contribuye de manera positiva a resolver los
problemas y a aumentar el nivel de bienestar de uno mismo y de los que nos
rodean.
Mariana de Anquin
Lic. En Psicopedagogía.
Especialista en Educación
Emocional
Autora del libro “Niños Esponja.
Sensibles, bondadosos, empáticos y muy compasivos. Trucos y herramientas para
convertir la Gran Sensibilidad
de tu hijo en su mejor aliada”.
Ed. Dunken
Facebook: mariana de anquin oficial
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